Cuando era niña soñaba con ser inventora. Me pasaba horas construyendo cosas con cajas, creyendo que podía crear una nave espacial con cinta adhesiva y dos botones viejos. Nadie me decía que era imposible, porque yo no preguntaba. Solo creía, soñaba, jugaba, imaginaba sin miedo.

Y aunque los años han pasado, y hoy tengo responsabilidades, horarios, pagos y metas que cumplir, hay algo que no ha cambiado: esa niña sigue aquí. Tal vez no con la misma voz chillona ni con las rodillas raspadas, pero sí con el mismo deseo de construir algo propio, de hacer cosas que me emocionen, de mirar el futuro como si todo fuera posible.